loading...

miércoles, 5 de abril de 2017

Y mi tiempo, ¿pa’ cuándo?

para ver mas entra a la pagina oficial dando clik aqui 


Y mi tiempo, ¿pa’ cuándo?



Es la pregunta que nos hacemos todos cuando miramos impotentes a un Amet debajo de un semáforo funcionando perfectamente, cuando intentamos “conversar” con una máquina o cuando el tiempo parece detenerse en una burbuja, sentados en la sala de espera de cualquier médico especialista de este país.
Como el caso AMET no tiene solución a la vista y nos hemos resignado a dedicar al menos dos horas al día al tapón, nos vamos a centrar en los dos últimos casos, que revisten menos gravedad porque no ocurren todos los días, pero que nos dejan un mal sabor de boca por semanas.
• Primer caso: tienes que llamar a una empresa para intentar solucionar “algo”. Te sale una máquina al primer timbrazo (debo decir que eso de que la máquina te salude y te agradezca la llamada de una vez, es un indicador de eficiencia para muchas empresas). En ese momento, tienes que pedirle a Dios que no pase nada que robe tu atención porque, a seguidas, viene una retahíla de opciones que te dejan loco en el mejor de los casos. Si no escuchaste bien porque pasó una ambulancia, el perro ladró o estornudaste, debes comenzar de cero, si es que recordaste el número que hay que darle para “repetir opciones”
Asumiendo que lo hiciste, comprobando de paso que el Alzheimer está controlado y tu oído intacto, posiblemente te encuentres con un segundo menú de opciones. Ahí sacas un rosario imaginario del bolsillo para que tu “situación”, objeto de la llamada, quepa en algunas de las opciones que la señorita de la máquina puede repetir sin cansarse.
Si tu opción está incluida, ¡maravilloso! Si no, para el segundo misterio gozoso y 30 avemarías más tarde, descubres que no hay ninguna extensión para hablar con un humano o que el tiempo previsto para esa transacción ya expiró, pero que si decides quedarte en línea, “su llamada es muy importante para nosotros”. En ese punto descubres que ya han pasado 35 minutos y que cualquiera que haya sido tu situación deja de perder sentido ante la opción inminente de un infarto fulminante.
• Segundo caso: te enfermaste y tienes que ir a un especialista en cualquier clínica u hospital de este país. Primero agotaste el tiempo de identificar el médico correcto, preguntando a familiares y amigos. Después, tuviste que chequear con el corazón en un puño si el gurú de tu caso coge seguro. Sobrepasado el susto del costo por la “diferencia” de un seguro que pagas por el año entero y apenas usas, llamas para concertar una cita.
Con suerte, la secretaria del médico es simpática y te explica con todo detalle lo que ya sabías: que el médico es un profesional muy reputado, que solo atiende por citas y los días específicos que recibe. Pides permiso en el trabajo, arreglas el mundo de tus hijos y llegas media hora antes a la cita que concertaste hace más de una semana para encontrarte que hay doce personas delante de ti y con la misma hora.
Cuando casi te ahogas intentando respirar hondo para que el pique se te baje, te acercas a la simpática secretaria, que te dice con su mejor sonrisa que lo siente mucho, que posiblemente no escuchaste bien, que el asunto es por orden de llegada y que el médico no tiene hora de llegar ese día. Debe tener tres cirugías, dos emergencias y su propia mujer de parto.
Cuatro horas y media después, el médico llega reluciente, oloroso y sin disculparse; apenas saludando, comienza a consultar en estricto orden de llegada. En el tiempo transcurrido te ha llamado el jefe tres veces y de tu casa cinco para decirte que ya hay que buscar a los niños donde los dejaste.
En un ejercicio de paciencia y persistencia, aguantas sentado ojeando una revista de cuando Diana de Gales era soltera, para que la simpática señorita te informe, con mucho pesar, que el médico no podrá recibirte porque debe ir a su próximo consultorio donde también lo están esperando.
En esos momentos es que uno se pregunta... y mi tiempo... ¿pa’ cuándo?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario